[De Fondo: Simon & Garfunkel - America]
Creo que ya me estoy recuperando de todo ese remolino emocional que empezó hace un año, cuando perdí mi trabajo…
De ahí fue como una caída libre en donde me sucedieron cosas desagradables: una herida del corazón, la partida de mi mejor amiga, el fatídico septiembre blogger, mi pérdida de tiempo en las “prácticas”, varias de mis amigas que se alejaron de mí o se les pasó la novedad conmigo, baja en el posteo y visitas de mi blog, la falta de dinero, las lágrimas nocturnas por la frustración… ni mi noviazgo (que fue lo mejor que me pasó) se salvó de mi mala racha y de mi posterior renuncia a buscar a alguien.
Poco a poco las cosas han ido mejorando; me abrí a los placeres, se acabaron los dos años de soltería, la niña nais y yo volvimos a hablarnos, como que empecé a tener más control sobre mis emociones, retomé muchas de las cosas de la escritura y empecé a dedicarle tiempo a un proyecto, el retomar el podcast y hacerlo (según mis apreciaciones) en uno de los mejor elaborados de manera amateur. Empecé también a salir más a pesar de mis limitaciones económicas. Volví a hablarle a Leo y me entero de su boda y su próximo hijo.
Me he querido deprimir pero no lo he logrado, siempre hay algo o alguien que me hace olvidar de mí mismo. Últimamente me han sacado una sonrisa las últimas conversaciones que he tenido en el Messenger, no sólo en la onda del ego, sino en reafirmar de a poco mi confianza en lo que soy y lo que puedo ofrecer.
En lo que quizá todavía estoy en pausa es en las ondas sentimentales; no me siento en un estado anímico para andar con alguien, no proyecto quizá esa simpatía de antes y creo que la última relación me dejó muchas lecciones respecto a ser un novio. Yo he querido mantenerme al margen, pero en fechas recientes cada vez puedo menos, como lo dije, es parte de lo que soy. No he podido evitar decirle a alguien que me gusta…
Aún me falta ser ese tipo dicharachero que hace que todos se rían, también recuperar esos ánimos de los primeros años en los que me quería comer al mundo y hacía cosas que no creí posibles, esa prudencia para que en momentos importantes piense antes de actuar, la pasión que se reflejaba en cada escrito que publicaba o en cada letra que le dedicaba a mi amada, la capacidad económica como para no preocuparme del presente y ese rasgo que heredé de mis padres: ser generoso. Quiero todo eso en mi vida pero a la de ya.
Creo tener un síndrome de Conde Contar por lo que me gusta tener en cuenta cosas. Así sé que hace un año y siete días fui parte de la estadística del desempleo. Ha pasado un año ante mis ojos y creo firmemente que Dios me dará fuerza para salir de este desierto. A diferencia de hace dos años ya no seré el mismo, he aprendido muchas cosas, sobre todo a valorar, a administrar y más que nada a creer.
Aún falta camino por recorrer. Si de algo ha servido este año, creo que lo tendré que demostrar en los meses por venir.
Nos vemos en el futuro.
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