Es la una de la mañana y sigo pensando en la semana que se acaba de ir al diablo. Mi tío sigue igual de grave, la desilusión que se convirtió en una oportunidad, los brazos que duelen por días y ese sentimiento de que nada puede hacerte sentir bien por más que lo intentes.
Y es que así ha sucedido. Lo de mi tío me tiene mal, más distraído de lo normal. No quiero salir, siento que no es apropiado ni siquiera pensar en diversión, aún cuando (y a diferencia de otros meses) tengo la lana para hacerlo. De repente tengo la sensación de que estuviera como en una especie de cruda mental, un shock emocional, sacado de onda a cada instante. Yo sólo quiero saber más sobre su estado de salud, quiero escuchar buenas noticias; pero eso no ha sucedido.
Mis papás han ido diario a verlo, también algunos familiares más se han dado sus vueltas, pero nada parece mejorar desde el martes. Se supone que fue una cosa que comió, pero hasta que él no despierte los médicos andan como a ciegas, porque en concreto no saben qué le provocó ese estado grave de forma súbita. Una tía mía es doctora, vio el expediente y nos comunicó lo peor, sus posibilidades para sobrevivir son escazas, a pesar de que mis padres digan que su aspecto va mejorando.
Una de las que se niega a perder la esperanza es mi madre. Ella vio a su mamá, Sara Flores, en un aspecto igual de delicado sobrevivir para ver los 15 años de su última hija. Cree que Dios puede obrar de la misma manera con mi tío y creo que hasta el momento ha sido la más optimista de todos. Mi padre, que se muestra sereno y fuerte, con la certeza de lo que puede pasar y sin ocultarle a nadie la difícil situación de su hermano, quizá el más cercano, con quien mayor relación tiene; aún en este momento difícil, en el fondo también tiene un poco de fe, que guarda junto a la resignación, por si acaso.
Yo tampoco me puedo concentrar. Apliqué para un trabajo, resultó que sería menos de la oferta inicial, pero al menos tendré un poco más de dinero mientras sigo buscando algo más. En la prueba confundí la palabra “sintetizar” porque me pidieron “caracteres” y yo creí que me decían “palabras” en un texto. Me dieron chance de corregir y ahora tengo una ocupación más que aumentará mis ingresos. La alegría se desvanece, no puedo saborearla como es normal.
De repente miro las paredes con palabras que me invitan a dar el esfuerzo, reflejan la recompensa de las repeticiones, me duelen los brazos y quiero dejarlo todo, pero vuelvo a la rutina, a probar mi resistencia, a crear fuerza, a no ver a los que pasan a un lado de mí, ya más trabajados y expertos. Sin pensar regreso una vez más a lo mío y por un rato me olvido del mundo.
El shock permanece, mi último sueño perece, mi madre me dice que hasta que no me digan “no” lo descarte. Yo sé que ella hará lo mismo con su esperanza, no descansará hasta que le den el “no” definitivo.
Nos vemos en el futuro.
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