domingo, julio 19, 2009

LAS BATALLAS ENTRE EL PADRE Y EL HIJO

Por lógica, por costumbre e inclusive por religión se piensa que el hijo hace lo que ve del padre, es el primer gran ejemplo en los primeros años de nuestra vida, el referente con respecto a la educación, símbolo del machismo mexicano y por lo tanto artífice de la cultura. Aunque la figura paterna no tiene tanta fuerza afectiva en Latinoamérica (se pondera a la madre: creadora, educadora, sufridora y ser redentor), sigue siendo el portador de la sangre, del apellido, de la estafeta, la que (se den cuenta o no) pasarán con vida a su hijo varón.

Siempre me es imposible no comparar mi niñez con la de mi padre. Él, viviendo entre la tierra de una colonia aún sin modernizar, con una madre que todavía tiene que atender a sus demás hermanos, que no son pocos, saliendo a la calle, donde hay más por descubrir. Yo, habitando en el mismo lugar ya modernizado, más de veinte años después, con la atención de todos, siendo un pequeño príncipe que no necesitaba salir del castillo.

Así como mi padre aprendió muchas cosas de mi abuelo, también hubo muchas disyuntivas, como en la música, cuando él amaba el rock y su padre lo respetaba, pero el no entendía más que el bolero. Así también yo, cuando tuve que decidir qué carrera elegir, elegí comunicación… mi padre respetó mi decisión, mas no estaba de acuerdo, alegaba que no me podría ayudar cuando fuera grande.

Mientras crecía, aprendí que había más visiones del mundo que las de papá. Su música no era la única o la mejor, había formas de ser o pensar distintas a las que me habían enseñado, más influencias y gustos, todo un mundo de posibilidades por descubrir. Así fui siendo yo, el que le gustaba leer y escribir, que no era el vago y en ese entonces menos maleado. Hay veces que mi padre no sabe de dónde he sacado algunas formas de ser distintas a las de él.

Existen cosas que nos unen, pero también muchas que nos separan, tanto que muchas veces hemos terminado en discusiones acaloradas, perdiendo la razón, hiriéndonos el uno al otro, y luego también despreciando nuestras debilidades a pesar de admirarnos (él mi inteligencia y yo su experiencia). Nos olvidamos a veces que somos padre e hijo y nos faltamos al respeto. Él y yo somos muy complicados a la hora de perdonar, muy pocas veces admitiremos que nos equivocamos. A pesar de que podamos hablarnos después de algunos días, tanto él como yo guardamos las cicatrices.

Durante todo mi tiempo entre los vivos, mi padre siempre ha querido que sea mejor que él y siempre me ha presionado para serlo. Quizá este comportamiento sea instintivo e inherente en el hombre. Apenas leía a Thor, que en una mística plática con su padre muerto Odín, en el que decía que era una tradición “matar al padre”; mientras en los dioses era literal, en los hombres siempre era superar las obras de su progenitor.

Hoy volví a reñir con él. A veces se me olvida que todo lo que tengo, lo debo en gran parte a su esfuerzo, una parte de mí es indudablemente suya. No nos pediremos perdón, nunca lo hemos hecho, yo podré disculparme mil veces con todo el mundo pero con él mis reglas son distintas. Y después de las mil batallas que enfrentamos juntos y entre nosotros, la idea de “matar al padre” aún es una meta lejana. El listón de sus obras es muy grande, espero algún día poder superarlo.

Nos vemos en el futuro.

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