jueves, febrero 08, 2007

LATIDOS DE MI CORAZÓN: 3. Honest Beat

[De fondo: Pat Benatar – Love is a Battlefield]

Cada año escribo sobre el amor, y cada año por estas fechas suelo disfrutar del día solo. Esta vez, a diferencia de los años anteriores me va a tocar trabajar, quizá habrá algún regalito en la oficina (como que visualizo unas paletas en forma de corazón), igual una que otra llamada extraviada y llegar a casa, como si fuera cualquier otro día.

Ahorita la mente me llena de muchas cosas para poder escribir, en un intento por poner algo de orden, adopto una posición derecha de mi espalda y tomo un respiro, lleno mi mente de algo de silencio y vuelvo, de manera compulsiva a retomar los golpeteos al teclado, con el mismo ánimo con que me como unas enchiladas verdes.

A veces trato de entender cómo me enamoré la última vez, qué tan rápido fue, que tan profundo, cuánta huella quedó en mí. A veces olvido que no hay que dejarse llevar, no en ese momento, por la efervescencia, por la pasión, por la creencia que viene con sentimientos así, como la de que todo es posible, como de que no tenemos límites, donde caemos para desplegar las alas y volar…

Creo que en este momento, en el que me sincero enfrente de un número indeterminado de personas, indirectamente a través de un monitor, debo confesar que me gustaría ser parte de la vida de alguien más. Ya sé que habrá mas de uno que dirá que soy parte de su vida y de verdad les creo, pero ese tipo de atención que busco va más allá de la amistad, va más allá del amor familiar o el amor fraternal: me gustaría ser importante para la persona a quien le confese mis sentimientos amorosos.

Lo sé, siempre pido demasiado…

A veces se me olvida que soy quién soy y cómo soy, salto las barreras de mis limitaciones y me decido a buscar como un cazador que sabe las artes de su oficio; sin embargo, al final me quedo con el síndrome de mi raza, del “ya merito”, del “se le acabó el aire”, del “le hubieras hecho de este modo”, del regresar con las manos vacías.

Y llego a la hoja en blanco, donde trato de limpiarme las heridas pero no de sanarlas. En ellas vuelco mis lágrimas, mis nudos en la garganta, mis pensamientos obsesivos y mis más profundos sentimientos…quizá mejor espejo no puede haber de mí que en mis letras. Y como vanidoso que intente admirarse a sí mismo, miro lo que he escrito y me veo tal como soy, tengo la valentía de verme, de ver mis defectos, mis marcas, de verme y de confrontar mi imagen mental de mí mismo, como si fuera una distorsión que en realidad es la imagen real.

Entonces, trato de dejar atrás los recuerdos malos, al menos un momento y recordar los “good-old days”, en los que amé y fui amado, en los que el amor era el combustible que movía mis huesos, en las palabras cursis que me hicieron querer escribir, en la música, en los detalles, en los besos y en las caricias. Trato de ponerme feliz al saber que no todo ha sido derrota, intento consolarme e intento que la soledad pese menos, que la distancia no me importe y de no llorar por los puentes rotos.

Miro al sol de frente, erguido e intento caminar como los que no sienten vergüenza ni por uno mismo. No me molesto en recoger mi armadura e intento seguir el paso firme a la intemperie, pisando la tierra sin titubear y viendo, neciamente, la forma de volver al juego, a la caza, a los chingadazos, a la fe ciega que uno le tiene a ese ente que todos llamamos amor.

Sigue: Latido 2.

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