Era de noche y no encontré la luna, ya no digamos la estrella de la mañana…
Cuando tienes un deseo inconfesable y el motivo se aparece de improviso, como la vida misma, no haces más que pedirle al mesero otra cerveza y tomarte la que tienes en chinga. No haces más que enfocarte en otras ondas, en compenetrarte en terrenos que no son tuyos, con personas que no son las tuyas y adherirte a ellas como sea. Ignorar el deseo, hacer por un momento como si no existiera, como si nunca lo hubiera hecho, como si fuera la invención de un tipo aburrido que describe la perfección.
Es como esas cosas que rezas en las noches que sucedan. El deseo reprimido materializándose. La manifestación ante mis ojos. La revelación que confirma la fe del querer, una visión inesperada y yo no hacía más que negarla. Negarla porque no es mía, porque me meto en terrenos donde no soy invitado, donde mi timidez no me dejó entrar primero, donde hay un pinball del amor donde yo no soy ni la bola ni las esquinas. Cómo quería zafarme de mi zen, dejar el confort de la risa en donde estaba y abordar al doceavo pasajero.
Sería malo para jugar cartas, sin hablar puedo descubrir mis intenciones. Ya era tarde, tenía que emprender el camino del show del insomnio y se abrió la oportunidad de dejar el Shangri-la de la cerveza y la buena ondita para platicar con el elemento incómodo de una relación bizarra. No lo pensé porque sabía realmente dónde quería estar. Fue el destino y mi necesidad de desechar lo que provocó un momento de interludio, estuve a punto de reanudar el show hasta que volví a la jugada, para enterarme que siempre estuve afuera.
Ese mismo juego amablemente de redirigió al acostumbrado exilio. A pesar de la cortesía y de mis ansias por salir, el destino que es bien mamón (como lo afirma Juan Villoro en un guión para cine) no me permitía huir, haciendo que los minutos fueran eternos, siendo el invisible de siempre con ecos de apariencia que no me ocultaban nada. Sí, la info que me dieron aquella noche (curiosamente a pocos metros de ahí) donde también me chingué chelas en chinga era cierta, la había visto con mis ojos a pesar de que la luna no iluminara la verdad.
El crédito por un momento tampoco me dejó tomar el viaje mágico y misterioso, como si el sufrimiento de estar ahí tuviese que ser prolongado. High and dry sonaba en el Tlalocpod, creo que no había canción perfecta en ese momento, sentado viendo cómo avanzaba mientras los particulares se detenían, mientras yo trataba de asimilar la distancia entre la tierra y el segundo planeta del sistema solar.
En el camino que varias veces me ha visto derrotado alcé la vista, di vueltas con los ojos al firmamento y no había luna, no hallaba las estrellas y mucho menos a la estrella de la mañana. Sólo las luces de la calle que me escuchaban cantar en mi soledad y desahogo, pensando en qué hacer con mis sentimientos, si darles importancia y develarlos o guardarlos en el abismo del olvido. Han pasado horas de eso y aún no decido.
Espero que cuando vuelva la luna ausente me de luz para saber qué hacer con la habitante de Venus que tanto me gusta.
Nos vemos en el futuro.
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