Cosa rara es ser un escritor…
El sábado en lugar de quedarme en casa a atascarme de chocolates como lo dije en mi post anterior o ir al zócalo a ver besarse a la gente (y morirme de envidia, of course) fui a la presentación de un libro de cuentos donde participó el buen Renato.
El lugar del evento fue el hostal Virreyes, ese del que tanto habla la gente y en verdad vi por qué, por fuera no das ni un peso por él y adentro, digo, no es el four seasons ves una posada decente. Mucho extranjero, mucho indie y gente amable. Después de apuntarme en una lista e ir al pequeño salón donde ería la presentación, me enteré que no sólo era eso, sino también un pequeño ciclo de micro festival de ondas relacionadas a género del horror, específicamente al de los asesinos.
Pagué mi cuota y me quedé a la película de asesinos que pusieron, lo chido fue que atrás de las sillas había alguien que vendía palomitas y chelas. Mientras me preparaban mi botana, un chavo que estaba ahí me hizo la plática, según él, la peli estaba chafa, equiparable a las que ponían en Golden y pues sí, tenía razón, pero la vi completa porque llegó a intrigarme ciertas partes de la cinta, sobre todo la manera de pensar que tenía el homicida. Estuvo chido, por ahí me encontré a Lu y a Control Zape.
Acto seguido, vino la conferencia, una pequeña presentación por parte del editor y después dejó solos a los muchachos para que se presentaran. A pesar de que un día antes habían tenido su primera presentación, la experiencia de enfrentarse al público (ya sean 5 o 5 mil) es algo intimidante y no sólo eso, presentarte y mostrar un fragmento de tu obra no debe ser fácil. Así cada uno dijo su nombre y leyó un parte de su cuento. Era ver cómo varios mundos diferentes coexistían en aquellas cuatro paredes, como un tema podía bifurcarse en distintas posibilidades, esas concepciones personales, distintivas y discordantes de un mismo tema: el asesinato.
Después veía la parte aún más fuerte: los cuestionamientos. En sus respuestas me vi reflejado, sobre todo cuando les preguntaban desde cuándo habían empezado a escribir y por qué. Me remonté a los cuatro años, cuando le vendía dibujitos de Batman a una maestra de inglés mientras la prefecta, que era mi mamá, se daba sus vueltas para ver cómo estaban sus dos hijos en la oficina de la dirección. Recordé también aquella bitácora en la prepa, que era tan liberadora y que dejé porque era como verse en un espejo, observar la debilidad de uno en papel. Aún no estaba listo para hacer lo que hago en este blog.
En esas cuatro paredes se transpiraban sueños, ellos brillaban con la alegría de lograr la publicación de sus trabajos, leían sus cuentos con la pasión exacta y se justificaban siendo ellos mismos: el que tiene delirios de grandeza, el que antepone que esa no es su profesión, el que se reinventa a sí mismo, el que saltó de la narrativa gráfica a la novela y el que escribe para no volverse loco. Así somos, soñadores, mentirosos, apasionados, bombas a punto de detonar, universos en nosotros mismos esperando ser develados, es descubrir el misterio. Cosa rara es ser un escritor.
En la firma del ejemplar presentado esa noche, una de las autoras me preguntó qué había estudiado, le dije que comunicación pero que también me gusta escribir, que está en proceso de hacer una novela y le comenté de qué iba. La dedicatoria me arrebató una sonrisa: “ojalá que la próxima vez que nos veamos, sea en la presentación de tu novela (que suena muy bien)”.
En fin, reitero (como lo hice el sábado) mi felicitación a Renato y a los demás participantes de esta pequeña antología llamada Cuentos asesinos/Diálogos con la ponzoña.
Nos vemos en el futuro.
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