Hay un dicho que suele ser lapidario: “No es lo mismo Los tres mosqueteros que Veinte años después”. Curiosamente ambas son novelas de Alexandre Dumas y sólo hubo un año de diferencia entre la publicación de ambas, aunque sí existe el evidente salto temporal en la historia. Este dicho atribuye la razón de que la primera obra fue mejor de la segunda (o por lo menos con notorias diferencias). ¿Será que, como versa otra de estas piezas, “los tiempos pasados siempre fueron mejores”? Esa misma pregunta me hice al volver este domingo al Vive Latino: 10 años después de la primera vez: ver post 1 y post 2 (mayo 2006).
El boleto fue uno de esos beneficios que tuve por el trabajo y ese domingo no había decidido si usarlo; inclusive lo consulté en Twitter y ahí movieron mi conciencia. Vivo a media hora del Foro Sol, no tenía ninguna expectativa, pero tampoco nada bueno qué hacer. Como aquella primera vez, no sabía si bajarme en Velódromo o en Ciudad Deportiva. Con el boleto en la bolsa del pantalón, cuidando de que no se fuera a salir, sin bloqueador solar en la piel y con el dinero de la semana en la cartera. Al hacer check-in en el recinto de Iztacalco, el primer comentario en Facebook fue de Skene, a quien conocí hace 10 años y me acompañó esa vez al Vive: fue el inicio a un tour sin escalas por la nostalgia.
Amé que ya no existiera el largo trayecto y los tres puntos de revisión de la primera vez; en 5 minutos ya estaba en el primer escenario, disfrutando de una banda que no había escuchado antes y que me sorprendió por la frescura de su propuesta. Parecía que era la primera vez que Surfistas del Sistema salían de su país y ante un público sucinto pero entregado, se envolvieron en el éxtasis de la satisfacción por saberse agradables: la mejor experiencia de sus vidas, según el vocalista. Desde ahí supe que sólo era el inicio de un buen domingo.
Surfistas del Sistema.
Hubieron dos puntos de inflexión del día: el primero fue llegar a escuchar a Chetes. La catarsis me dio un puñetazo en la cara al escuchar Que me maten: recordé a Marisol, mi acompañante preferida del cine, de las veces en las que salíamos, del Centro Cultural España, de lo mucho que la quise y de esos tiempos en los que creía que todo era posible. Tomé en cuenta que el álbum Blanco Fácil salió hace diez años y estuve a punto del llanto en cuanto escuché Poco a poco: había salido de la carrera, amaba los blogs, había cortado con Érika y había ido a ese Vive con Adriana (Crazygirl en su bitácora) de Tampico. Quería ser periodista y no tenía idea de lo que serían Twitter y Facebook en mi vida. No tenía un buen trabajo y muchos kilos menos que hoy. Cuando volví en mí, Chetes había cerrado su participación con Efecto Dominó y decidí romper mi regla de eventos y partidos de fútbol: fui por un vaso de cerveza cara. Las circunstancias lo ameritaban.
Gorrita de trailero.
Me arrepentí de no llevar gorra por el sol, que asaba todo el terreno y me compré una gorra de camionero. Estuve un poco en el escenario donde estaba la buena ondita de Kanaku y El Tigre y después fu donde estaba Ibeyi: un par de gemelas que eran cubano-francesas, hablaban en español pero cantaban en inglés y en dialectos africanos. Una onda Chill Out con muy buena vibra, lo que me puso a punto para lo que sería una de las grandes bandas que vi esa noche: The Chamanas. Tardaron un poco en salir, pero la espera valió la pena: un rock místico y potente, baladas poderosas y tan bien interpretadas, una energía que sólo voy a experimentar una vez en la vida, un momento único que me regalaron estos tipos de Ciudad Juárez/El Paso, Texas.
The Chamanas con el GRAN Mauricio Ruíz, de Los Ángeles Negros.
Amaya, impresionante y a veces Janis Morrisoniana de The Chamanas.
En el camino hacia el otro escenario estaba Porter con demasiada gente para el espacio que tenían. Casi nunca fui fan pero hasta ellos despertaron mis nostalgia: recordé MySpace y toda esa nueva música que escuché de 2005 a 2008 y volví al tango de los 10 años: recordé a una excompañera del trabajo, muy fan de ir a conciertos, que se sorprendía que con tanto amor y conocimiento que tengo de la música, yo no fuera un tipo que va mucho a conciertos. Quizá ella (de todas las veces que le escuché hablar sandeces) esta vez tenía razón: había perdido tanto tiempo sin disfrutar de la experiencia de la música en vivo: inigualable, que te eleva como la marea alta, que te llena como la luz que vence a la noche, que vuelve un momento más grande que la vida misma, tan necesaria como una adicción.
Subí a las gradas a escuchar a Of Monsters and Men; no soy muy fan pero debo reconocer que tocan muy bien y sonaban muy profesional. En realidad, sólo hice tiempo viendo mi cuenta de Twitter mientras empezaba Vicentico: el segundo punto de inflexión. Extraño mucho al Vicentico de Los Rayos; y aunque esta versión Rock/Pop de ahora no está mal, deseo que regrese esa fuerza de la naturaleza que era el vocalista de Los Fabulosos Cadillacs. Sin embargo, ese Vicentico volvió en dos canciones: la primera fue una acústica Mirando a la luna, fue inevitable recordar a Itzel, antes Venusina; hoy La Innombrable. He querido olvidarla tanto y he fracasado rotundamente en cada oportunidad, esa es una de sus canciones favoritas y deseé ser el tipo de atrás que estaba besándose con su novia tan apasionadamente como le era posible, quería que fuéramos nosotros dos: algo que nunca sucederá. La segunda canción fue una versión balada rock de Basta de llamarme así: ¡Suprema! Algún día les contaré porqué esa canción me recuerda a alguien muy cercano y amado, también les diré mi sentir ante la situación con la que lucha día a día…
Casi al último, Vicentico tuvo el detalle de coronar como rey al príncipe con una emotiva versión de Purple Rain.
A lo lejos, cantando "Ay amor divino, pronto tienes que volver..." como un Mantra.
A las 10 de la noche supe que ya era suficiente para mí. Como decía el sabio Rey Salomón en Eclesiastés 7:10: No te preguntes ¿por qué los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque en ello no hallarás sabiduría. Es cierto, porque en algún punto de esa tarde me cuestioné cuánto tiempo había perdido, cuánta gente se había ido, qué estaba haciendo con mi vida: cuestiones que básicamente siempre me han perseguido en la vida, me han atormentado las respuestas; pero con el tiempo aprendes a dejar el pasado atrás y a que esas preguntas te impulsen a tomar decisiones en el presente. Aún tengo vida y cada minuto es valioso porque es único e irrepetible, aún con lo circular que puede ser la existencia; quizá las oportunidades pasadas no volverán; pero eso no me exime de vivir nuevas y de crear futuros que serán tiempos pasados aún más brillantes.
Si pudiera explicar todo lo que he cambiado en 10 años, este blog se quedaría corto. Este es testigo de muchas páginas gloriosas y otras no tanto. Lo que he aprendido en este tiempo es que tengo que disfrutar cada momento de su vida, con lo bueno y lo malo, con quien está y quien no, mirando hacia adelante. Al revisar uno de los post del Vive (con todo y lo mal que escribía en ese entonces), definí ese primer sábado de Festival como “fue un día muy chido y que quedará muy presente en mi memoria como uno de los más importantes y definitorios de mi vida”.
Este domingo, 10 años después, también lo fue…
Gerson en el Vive Latino: Izquierda: En 2006. Derecha: En 2016.
Nos vemos en el futuro. :)
3 comentarios:
Pocas veces escribo comentarios respecto a una publicación, pero no tienes idea de qué gratificante es leerte. El 2006 fue mi primer Vive Latino, tenía 16 años y me hiciste recordar ciertas cosas que pasé con mi mejor amiga. Gracias por llenarme de nostalgia. Te envío un fuerte abrazo. :)
No sé quién seas, pero gracias por haber leído el post y por tus comentarios. :D
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