viernes, abril 06, 2012

LA DIARIA NOSTALGIA

Cada noche, entre semana, ocurre la misma melancolía.



Llego a Indios Verdes, escucho el sonido de los autos que llegan al final de Insurgentes Norte, percibo el fétido y vomitivo olor de la terminal del metro, avanzo entre sus pisos pegajosos y me dirijo al camión. Una mujer aparenta que me revisa antes de entrar al transporte, siempre busco estar cerca de la ventana, como si en ella estuviera esperando a ver a alguien.

Ahí recuerdo mis primeros años, casi no salía a la calle, solo cuando iba con mi abuelita al mercado y porque siempre me compraba un luchador de juguete. No tenía amigos porque lo que necesitaba estaba en casa. Aún recuerdo el día que nos mudamos a nuestra casa, ese día en el que me separé por primera vez del lugar que se convertiría en uno de los amores más grandes: mi ciudad de nacimiento: el Distrito Federal.

Regresábamos porque los parientes, la escuela y el trabajo siempre estuvieron en la ciudad de México. El viaje es hasta la fecha desgastante: levantarse temprano, batallar con miles de personas que tambien desean llegar al mismo tiempo, lidiar con los minutos que se hacen menos. En ese tiempo tuve la oportunidad de conocer mi ciudad, su hermosura era evidente. Eduardo Molina era una avenida gigante ante mis ojos. Circuito Interior e Insurgentes eran tan drásticas, Reforma histórica y verde. Andar en metro era como conductirte por las entrañas de la ciudad: podrías ir casi a donde sea. Muchos edificios, mucha gente, opulencia en algunas zonas; el contraste con las casas de interés social en el Estado de México.

En secundaria y preparatoria estuve cerca de casa. Creo que pude quedarme en una universidad de por allá si en ese momento hubiera la carrera que quería. Volver a la ciudad y respirar ese aire me ubicó en la comodidad de quien llega al hogar. Así, las amistades, las actividades sociales y hasta los trabajos estuvieron siempre allí, la casa era para dormir y el hogar para vivir. Como saben, hubo una temporada (quizá fue un mes) en los que viví en casa de mis tías en el DF porque arreglaban mi cuarto y ahí me sentí completo, como si fuera parte de una maquinaria más grande, pieza de un ajedrez gigante, no me sentía tan solo como acostumbraba.

Cuando regresé al "estado" (forma abreviada de decirle a la región), comenzó esa extraño sentimiento con el que empecé este escrito. Me siento en un exilio cada vez que tomo un camión hacia alguna parte en Ecatepec. No puedo despreciar tampoco la seguridad, la calidez y los servicios de donde vivo, pero es más una madre adoptiva. No puede borrar las oportunidades, los momentos más preciados del corazón, la disponibilidad, la belleza y el amor del terruño querido. Muy al estilo de Morrissey (que, junto con The Smiths, tengo una temporada de dulce) sangre mexiquense, corazón chilango.

Michael Stipes mira hacia la ventana de un avión al dejar su segunda casa, la ciudad de Nueva York, y le invade un sentimiento que le permitió crear una gran canción. Una oda a la beldad de la gran Babilonia y a esa melancolía que les contaba: "Leaving New York is never easy", reza R.E.M. y encuentro en la pieza completa enorme empatía. A veces aparece en mi iPod cuando estoy en Indios Verdes, recuerdo el video y mi memoria es acicate para la diaria nostalgia. Dejar el DF es como si viera a sus luces (que también me han cautivado desde las alturas, son como diamantina sobre terciopelo negro) apagarse. =')




I saw the lights fading out ♫

Nos vemos en el futuro.

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