miércoles, septiembre 15, 2010

MEXICANO

Cada año es lo mismo. Los festejos se convierten en algo que asumimos en automático y cada vez pensamos menos qué festejamos y sobre todo, por qué lo hacemos.

De niño te lo graban en la conducta: es el día donde el cura Hidalgo dio un grito que levantó a un pueblo inconforme en armas, una acción que significaría 10 años más tarde el nacimiento de México. Pero no se celebra igual el inicio de la lucha que el fin de la misma. Se festejan siempre los inicios, pero nunca los finales.

Desde siempre ha sido como una suerte de "Día del mexicano" donde hacemos nuestros los colores patrios y pintamos con ellos la ciudad. Se levanta en el mástil la bandera, volvemos a ser mexicanos al grito de guerra aunque no sepamos dónde quedan los "centros". Comemos más de la gastronomía nacional y quizá algunos rompan la dieta y hacemos de este día una Navidad patriótica, con usos y costumbres propios, evocando al mariachi y al bolero, al baile regional y al canto reprensentativo. Las calles se llenan de gritos y explosiones, de vidrios rotos, de hedor a alcohol y a pólvora.

Muchos dicen sentirse orgullosos de ser mexicanos; unos pocos (porque los hay) aprovechan para desmarcarse y decir que festejar es de nacos. Otros más ponen delante la crítica y aseguran que no hay nada qué festejar y una masa incontable sólo sigue la corriente, aprovechando que en los próximos días no habrá que ir a trabajar. Pero una cosa es cierta: este día no puede dejarse de lado.

El año pasado escribí en un post que no había nada qué festejar, tomando en cuenta la situación del país, que aún sigue siendo lamentable 365 días después de aquellas palabras. Lo digo porque en todos lados se ha tomado como spot publicitario que celebramos la libertad, como si un grito hubiera sido suficiente para liberarnos del dominio español, como si una celebración fuera suficiente para olvidarnos de los problemas que nos aquejan. Pero tomando en cuenta las costumbres acentuadas desde épocas porfirianas, es un orgullo demostrar que se es mexicano, no sólo en una fecha o por conmemoraciones bicentenarias, sino por amor propio, porque uno es polvo, parte de la tierra, fruto de la nación de (en la mayoría de las ocasiones) tus padres, tus hermanos, tu familia, tus amigos y tu entorno, la luz de tus ojos por las mañanas, el aire que respiras, la comida que comes... Todo dentro de un espacio de mundo.

A la historia no se le puede honrar de otra manera que recordándola. Que se
exalten a los mitos como nos enseñaron en primaria. Saludo al cura jesuíta que
ansiaba el regreso de su antiguo monarca, a los cabecillas del movimiento
insurgente que deseaban hacer valer su derecho de nacimiento para gobernar, al primer idealista de las Américas que terminó siendo un siervo fiel a su nación, al que prefirió a su patria antes que a su sangre, al que pactó con un abrazo la independencia de un país buscando ser el futuro rey, a los que instauraron los primeros ideales por los que ahora usamos el gentilicio, no de azteca, no de español; sino de mexicano.

Por la historia que esta conmemoración engloba, no puedo hacer a un lado mi orgullo y afirmar todo lo que significa portar mi ciudadanía. Ahora y gracias a la generosidad de mi tierra, hemos sido enriquecidos con muchas personas de otros países tan diversos y por ello la población ya no es una mezcla de sólo dos razas y sus respectivas culturas; a pesar de todo ello, quisiera pensar que vale más la nacionalidad que nos une: que ante todo, ser mexicano es lo que nos afirma los pies sobre el suelo, nuestro punto de gravedad.

En mi caso, yo no tengo parientes extranjeros. Soy mexicano en cada átomo de mi ser y reconozco a uno de los míos que siente la misma pasión por mi paìs sin importar de quién haya sido padre u abuelo. A pesar de que tengo gustos de
otras tierras, no dejo de decantarme por lo mejor de mi cultura, en su diversidad de representaciones, hace que me hierba la sangre cómo México se expresa, me llena de una alegría inmensa que emborracha mi corazón.

A pesar de las situaciones, de cierta gente que abusa de poderes y autoridades, de mentalidades arraigadas que nos arrastran hacia el fango, de esfuerzos medianos y conformismos, de no reconocer la grandeza que nos rodea, aquí estamos, dispuestos a celebrar, a gritar el nombre de México, de celebrarla como
si fuera su cumpleaños. Somos como el mito de Tezcatlipoca: el espejo humeante, que no se reconoce su reflejo, como si fuese el vacío que te devuelve la mirada. Pero hoy, como en toda fiesta, nada de eso importa, porque de esa manera estamos aún más cerca de reconocer lo que en verdad somos, de vestirnos de identidad: hoy los símbolos nos unen más que nunca.

Hoy es el Bicentenario (aunque la historia estricta dice que mañana) aunque a mí me queda ese sentimiento de otros "días de…". Ser mexicano es cosa de todos los días a menos que quieras jurar por otro país. A lo mejor esta fecha única, este momento histórico que nos ha tocado vivir, sea un buen pretexto para, además de tener una noche de fiesta, de revalorar el amor por lo nuestro. En ocasiones creo que ya no les enseñan a las futuras generaciones a amar a este país y esta podría ser una buena ocasión para comenzar. Tomo un respiro e inflo mi pecho creyendo que tal vez mis motivos puedan ser leídos y quizá animen a un compatriota a pensar en los suyos. Yo con eso me conformo. =)

No soy un aguafiestas; así que disfrutaré del sentimiento, aunque no es necesaria la festividad para demostrar mi orgullo en una frase: soy mexicano.

¡Viva México!

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