Desde antes del temblor, empecé a sentir ciertas molestias en estómago. Fui al doctor y era mi intestino que estaba inflamado, seguro por comer tanto en la calle y por la colitis. Mi doctora no quiso escatimar en precauciones y para descartar cualquier otra cosa me mandó a hacer un ultrasonido abdominal: todo estaba bien: riñones, páncreas, vías biliares; sin embargo, descubrieron algo que sólo eso y un examen de sangre podrían mostrar: tengo esteatosis moderada, es decir, hígado graso.
Aunque la doctora me calmó y me dijo que quería descartar con el estudio que tuviera piedras en los riñones o en el hígado, yo no quiero jugarle al vivo y les diré el porqué: Mi abuelita, la mamá de mi mamá, falleció por cirrosis hepática antes de cumplir los 60 años. Las deficiencias en el hígado son hereditarias y aunque mi mamá no ha tenido problemas como esos (no bebe alcohol y durante gran parte de su vida comía poco), yo de niño tuve hepatitis a, que me alejo de la gente por tres meses. A reserva de un mejor diagnóstico sobre mi hígado, soy propenso a las enfermedades del órgano: cirrosis, las otras hepatitis y las peores: fibrosis, necrosis y cáncer.
La información médica que hay en internet y mi doctora me han tranquilizado un poco, pero a la vez me ha dado una solución para este problema: tengo que bajar de peso. Ya no es opcional. Sólo así puedo bajar la grasa del órgano y mantenerlo sano. Esta decisión me obliga a dejar muchas cosas que me gustan hasta que logre ese objetivo: beber alcohol (si el hígado no está bien, puedo dañarlo con dosis más allá de los 60 ml), dejar las carnes rojas y todo lo que tenga grasas saturadas; cambiar mi dieta por una llena en verduras, frutas, legumbres y mucha agua. Mi papá tiene una opinión bastante razonable al respecto: “¿Vas a dejar de disfrutar de la vida y todo lo que ofrece sólo por el placer de la boca?”. Le di la razón, su lógica es aplastante.
Desde hace un tiempo, he tratado de cambiar mi perspectiva de las cosas: ver las crisis como zonas de oportunidad para hacer mejores cosas. Después del temblor me propuse vivir intensamente, disfrutar de mi familia, mis amigos y la gente que me quiere, viajar, hacerme de mi propio espacio, intentar cosas nuevas, perder el miedo hacia el futuro, leer más, amar más, agradecer más… y eso no lo puedo hacer si mi salud está en riesgo.
Por eso, he decidido darme un año para bajar de peso (según leí, debe hacerse de forma moderada, ya que perder kilos de forma estrepitosa, puede sobrecargar al hígado y complicar su bienestar). Comencé esta semana evitando las grasas y las carnes rojas, comiendo en fondas o comprando ensaladas con pollo o atún. De inmediato mi cuerpo reacciona extraño por el cambio de dieta, pero sé que al rato me voy a acostumbrar y no sólo veré los resultados en mi cuerpo, me sentiré bien con ello.
Soy una persona rara y esto puede sonar muy tonto: si nada me obliga, puedo seguir en las mismas. Quizá por eso buscaba con tanto ahínco una beca donde fuese imperativo escribir y avanzar en tu proyecto para mantenerla. Por eso me endeudé cuando no tenía motivaciones para trabajar en el pasado; fue una tontería que ese fuera mi leit motiv, pero no podía abandonar mi chamba y tenía que pagar cada mes. Ahora veo esto como la oportunidad perfecta para el cambio físico; igual obligado por las circunstancias. La vida no carece de ironías.
Quería avisarles a los que leen este blog y me conocen: Me siento motivado con esto y sé que pronto podré disfrutar la vida como ustedes. También es una lección para mí: debo llevar una vida moderada de excesos. La vida es demasiado corta como para agotarla pronto por descuidos. Si te conozco, quiero que sepas que te quiero mucho y haré lo posible por verte pronto; pero quiero que me veas mejor, para disfrutar de gran manera de nuestro tiempo en esta existencia.
Si no te conozco: Me llamo Gerson Obrajero y estoy motivado para bajar de peso.
Nos vemos en el futuro.