No se me olvida el brillo de tus ojos cuando me sostenías en tus brazos y podía ver el mundo a tu altura, tampoco cuando cantabas en la cocina, la música que solías escuchar en las mañana de vacaciones ni tu cabello rojo y largo que acariciaba el viento, mucho menos el descubrimiento de la belleza de tu rostro, de tu sonrisa tierna y dulce cuando te contaba mis sueños, cómo me arropabas en las noches antes de dormir, cómo en momentos fuertes emocionalmente no contenías el llanto. Cómo no tener presente que aprendí a sentir gracias a ti.
Cómo olvidar esas tardes nubladas en las que no salíamos de casa, preparabas palomitas y veíamos películas. Cómo borrar que eras la maestra de ceremonias de todos mis cumpleaños, donde eras omnisciente y servicial. Aún recuerdo cuando me reservabas mis piezas favoritas de pollo, tu rostro iluminado cuando veías cómo disfruto de la comida preferida que tú me preparabas, tu esmero en acabar el quehacer y mantenerte arreglada antes de salir al trabajo, tu voz que frenaba a cualquier muchacho de secundaria que quería pasarse de la raya en tu trabajo, tu hermosa letra que jamás pude imitar. Aún recuerdo tus brazos que aún hoy me reciben, ahora para llorar en tu regazo.
¿Cómo olvidar que fuiste mi primera palabra: “mamá”? Cómo alimentaste mi imaginación pero también como me demostraste con fe y obras que los sueños se pueden realizar. Cómo no agradecerte por enseñarme la poesía y la música, por alentarme siempre a fabricar mis propias letras y por ser la primera fan de ellas, por regañarme cuando quiero tirar la toalla o no termino las cosas, por soportar mi difícil forma de ser y por ser mi primera y más grande confidente. Cómo olvidar cómo en las discusiones nos podemos hacer mucho daño, pero también logramos hacernos reflexionar el uno al otro. Cómo a veces, en nuestros momentos de cerrazón, logramos el milagro de comprendernos y de ponernos en los zapatos del otro. Gracias a ti aprendí a escuchar y a ser el mejor amigo de alguien.
Veo todos los días que Dios te puso como bendición en mi vida, que gracias a ti lo conozco a Él. Te ha puesto como mi soporte para que yo después pueda volar con mis propias alas. Me enseñaste el amor y su amor, juntos hemos visto milagros, aprendido de sus palabras y las hemos tatuado en nuestros corazones. Gracias a Dios me llenaste de valores que no puedo olvidar y que hoy me definen. Puedo vivir confiado donde quiera que vaya porque me colocaste bajo la sombra de sus alas.
Quisiera de ti la determinación para cambiar las circunstancias, la viveza de pensamiento para hallar soluciones a problemas que no parecen tenerlos. Tu esfuerzo de todos los días para optimizar tu tiempo y hacer bien las cosas. Tu fe en el Señor, creador del cielo y la tierra y dador de misericordias renovadas. La esperanza de que las cosas pueden mejorar a pesar de los amaneceres grises, tu suerte en el azar, tu capacidad de perdonar y de no caerte. Quisiera tu fiereza, tu pasión y el esfuerzo constante que cada día le empeñas a la vida. Quisiera, aunque me has dejado un listón muy alto, ser tan buen padre como lo has sido tú desde tu papel de madre.
Yo sé que creías que se me había olvidado, pero vivencias como esas y muchas más no las puedo borrar de mi alma, tampoco quisiera porque ellas me hacen amarte aún más. No alcanzarían las palabras para expresar en un día lo que siento, lo mucho que dependo de ti para estar bien y cuánto te necesito en mi vida. Sé que a veces no soy muy apegado, trato de forjar mi propio destino pero nunca olvido mi cariño hacia ti y a veces me contengo, como lo hacemos la mayoría de los hombres en mostrar nuestros sentimientos. Pero como sabes, hay veces que no puedo ni contener las lágrimas al decirte como puedo, parte de lo que en mí hay dentro. Siempre, todos los días, recuerdo y tengo presente que eres el amor de mi vida.
Te amo, María Teresa Navarro Flores.
Tu hijo, Gerson.